El bufo fue enfilado para escamotear ideológicamente al negro en las tablas, aun cuando sentó los cimientos de un teatro cubano y, sobre todo, por sus indiscutibles aportes en lo actoral. Enjundiosos ensayos han valorado con justeza sus contribuciones a la escena nacional. Nuestro teatro no sería lo que es hoy sin las trochas que el bufo abrió para el teatro popular. Pero, con las excepciones de sus mejores dramaturgos o guionistas, se utilizó el género para ponerle otro cepo al negro: el bozalismo, que no es simplemente una forma de hablar de quien no domina el castellano, sino la mejor manera que encontraron los esclavistas y racistas ─en el momento en que se gestaba la independencia de Cuba─ de amputarle el pensamiento y su filosofía al negro. Más que un bufón como el que habita las cortes y la literatura europeas, lo convirtieron en una cotorra, que apenas puede balbucir unas palabras «civilizadas». Y cuando se abolió la esclavitud y el negro tuvo la oportunidad (al menos, en la ley) de estudiar, concibieron los Bufos Catedráticos para neutralizar al negro que pretendiera cursar estudios universitarios.
A pesar de sus 15 años, José Martí concibió una pieza, Abdala, con la que inaugura el Teatro Mambí y una portentosa visión del negro y su destino en estas tierras fecundadas por la sangre del indio, del negro y del blanco. En primer lugar, rehuyó el bozalismo e hizo hablar a su protagonista con toda la belleza que alcanza su pensamiento y ejemplo patrio. Continuando la interpretación martiana (ignorada por quienes sólo vieron en Abdala una obrilla del escritor adolescente, aun en nuestros días), los principales dramaturgos negros cubanos, desde la irrupción en la escena de María Antonia de Eugenio Hernández Espinosa, nunca hicieron bozales a sus protagonistas.
Y, a la par que se erigía este imponente teatro antillano en el que el negro habla y se representa a sí mismo con sus creencias y modos de pensar, nuestro más importante crítico teatral, Rine Leal, aclaraba con meridiana lucidez la diferencia sustantiva entre el teatro negro y la escena en que aparece un «negrito».
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«Si las expresiones afrocubanas «representan» al negro visto con pupila negra, actuando en su idioma propio, para públicos negros, y ofreciendo la imagen teatral de su cultura, de su identidad, los autores blancos crearán su antípoda en el Negrito, es decir, en el personaje negro representado por actores blancos, para público blanco, actuado en español o en bozal (el idioma parodiado), y por supuesto, mostrando el punto de vista de la cultura esclavista. Es así que el Negrito penetra hondamente en nuestra historia y escamotea la versión del negro para servirse de ella como fuente de burla y escarnio ideológico». (Rine Leal: Breve historia del Teatro Cubano. Editorial Letras Cubanas, 1980)
