Con la luz del día
Por Jorge Ignacio Pérez
A cielo abierto comenzó ayer el Festival Internacional de Teatro de La Habana. El angosto y breve callejón de Jústiz, en La Habana Vieja, valió como espacio ideal para exponer un arte con tanta raigambre popular: la escenografía, una hilera de contiguas casas coloniales, ya había sido instalada desde el siglo anterior, la iluminación quedó a merced de una mañana gris; el público, una simbiosis de teatristas y transeúntes, que se detuvieron a mirar.
Nuestro Martí nunca hubiera imaginado que en sus cotidianas calles empedradas se representara Abdala, ese texto épico que tan bien ilustra el amor a la patria. Armando Morales, un experto manipulador de muñecos, presentó como apertura del Festival su versión escénica, junto al joven Sahímel Cordero, también manipulador. Varios son los componentes que hace de esta puesta un hecho de relevancia teatral. Además del homenaje al Maestro, habría que enumerar el magnífico diseño y construcción de los muñecos articulados y dimensionados a la justa medida, cálculos cuya resultante comprobó el espectador en la comprensión de la guía sentimental. La dramatización, basada en lo que sería un trabajo de cámara oscura, cuenta con el magnífico desenvolvimiento del dúo en la proyección de las voces (a veces vocalizaban de forma cruzada con respecto al muñeco que dirigían); y además con unas animación de los «personajes» digna de elogios.
A segunda hora, con la entrada de El Brujo (obra escrita y dirigida por Alberto Curbelo), Teatro Cimarrón trastocó la quietud que había dejado en la calle una pieza de tanta reflexión como Abdala. Zancos, cantos, percusión afrocubana y danza conformaron entonces un espectáculo participativo, rico en valores autóctonos y profesionalidad artística.
Congruencia entre propuesta escénica y locaciones fue el saldo de una primera y temprana jornada del Festival.
Periódico Granma, 23 de septiembre de 1995.