CUBARTE
Alberto Curbelo: ¿Dramaturgo, poeta, ensayista o crítico teatral?
Por Waldo González López
Lo conocí, cartas mediante, cuando aún vivía en Camagüey. Él me enviaba poemas a la revista Muchacha (donde este crítico laboraba y tenía a su cargo la sección de poesía). Allí le publiqué sus versos en varias ocasiones. Luego, vino a la capital y visitó mi hogar. Más tarde, por fin, aquí se estableció.
Desde su primera juventud, ya Alberto Curbelo hacía pininos en la dramaturgia. Algo después, ya en La Habana, comenzaron a llegarle lauros también como director (pues como poeta igualmente había recibido no pocos). Y sólo días atrás, qué satisfacción recibir la noticia: Alberto (como le decimos en casa) era merecedor del Premio José Antonio Ramos, de la UNEAC. Por eso, aquí está ahora para nuestros ciberlectores este talentoso e incansable creador.
Alberto, desde que te conozco, te sé infatigable, siempre estás generando nuevos libros, proyectos teatrales, poéticos… Por eso, háblame de este justo lauro.
A los cincuenta años me llegó el Premio UNEAC de Literatura, que me satisface mucho más porque posibilitará que se conozca Huracán, una obra esencial en mi producción dramática, incluso para las ideas que sostienen mi poesía y narrativa, mi ensayística… Porque, como sabes ─ya que tú has visto crecer mi obra y la has promocionado desde que vivía en mi natal Camagüey─, no sólo escribo teatro. Huracán es una respuesta a La Tempestad, de W. Shakespeare. Retomo aquí el personaje de Calibán; pero también están Mackandal (el mítico cuentero y cimarrón haitiano que Alejo Carpentier recreó en El Reino de este mundo), José Martí y hasta, fugazmente, Dulce María Loynaz, que aparece como una de las Cubánides, ninfas de las aguas cubanas que creé en un libro anterior, de fábulas: El Tocoloro Encantado. Coexisten personajes reales y de ficción en una isla del Caribe, adonde van a parar, tras el huracán, los viajantes (¿balseros?) del Arca capitaneada por el negro Odiseo, un babalao cubano.
Como bien sabes, soy muy martiano. Quise ─¡y quiero!─ imaginarme que aun después de muertos, Martí continúa conduciéndonos. En la tierra y en el Cielo. Por eso mis personajes, que, tras el huracán, desconocen que han muerto y se aferran a seguir actuando como si estuvieran vivos, «tropiezan» en esta Otra Isla con nuestro Apóstol, con Mackandal y Calibán, a los que piden ayuda para continuar viaje. «Morir es seguir viaje», dijo Martí. Y esta es la máxima de la obra.
Bueno, pero hay otro libro en camino…
Sí, Waldo, también estoy muy satisfecho por los resultados de otro libro mío: La Voz del Otro: Eugenio Hernández Espinosa, con el que anteriormente había obtenido el Premio Razón de Ser de la Fundación Alejo Carpentier. Un testimonio esencial, yo diría que dramático, sobre la existencia y creación del dramaturgo negro más importante de Hispanoamérica.
Ya antes, como tú y otros importantes intelectuales (entre ellos, los Premios Nacionales de Literatura: la Dra. Pogolotti y Antón Arrufat, así como Inés María Martiatu, Lázara Menéndez y Amado del Pino), yo había hecho una incursión en su obra: La voz del otro, incluida en Una pasión compartida: María Antonia, esa importante selección de textos que, cuidadosamente editada por Mayra Hernández Menéndez, publicara en el 2004 Letras Cubanas.
Sé que tienes una antología para la Letras Cubanas…
Cierto, en este momento, me encuentro enfrascado en una antología de teatro calle, para esa importante editorial. Es un texto que considero imprescindible para los colectivos que trabajamos fuera de los recintos teatrales tradicionales, en el quehacer cultural comunitario, ya que produce un impacto sociopolítico directo y enlaza tradiciones y manifestaciones del folclor y de la cultura popular. El teatro de calle es también importantísimo por la recreación escénica de personajes, leyendas y hechos históricos que no se atesoran en otros géneros literarios (incluyendo el teatro dramático convencional) ni en los textos de historia.
¿Hay otros planes en camino?
Bueno, como tú, siempre estoy ideando nuevos proyectos. Seguramente vendrán otros. Por lo pronto, tengo algunos planes, pero son sólo eso, y prefiero no hablar de ello por ahora. ¿No lo crees?
De su fecundo quehacer
Alberto Curbelo Mezquida (Camagüey, Cuba, 1957) Poeta, dramaturgo, narrador y ensayista. Licenciado en Educación de la Universidad Pedagógica José Martí. Es miembro de las Asociaciones de Escritores y de Artistas Escénicos de la UNEAC, y de la UPEC. Ha recibido 56 premios nacionales literarios y artísticos, además de numerosos reconocimientos a nivel nacional por su labor cultural comunitaria. Su obra ha sido publicada en Cuba, México, Puerto Rico, Nicaragua, Estados Unidos y España. Sus piezas Patakín de una Muñeca Negra (con la que alcanzara 10 premios en concursos y festivales) y El Príncipe Pescado, Premio Abril 1995, se consideran clásicos del teatro para niños y jóvenes en Cuba. Es director fundador de la compañía Teatro Cimarrón y de la Bienal Internacional de Oralidad Escénica BarrioCuento. También dirige el Centro Cultural Edison, un antiguo cine que rescatara con sus derechos de autor y donaciones de los artistas de su compañía, desde el que realiza una labor profesional comunitaria en el Cerro y otras barriadas de Ciudad de La Habana, así como en hospitales, primarias, escuelas especiales, centros penitenciarios y círculos de abuelos. Igualmente se distingue por su trabajo en las serranías cubanas y comunidades campesinas de difícil acceso, con la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, la Guerrilla de Teatreros, de Granma, y en el Escambray junto al proyecto Teatro de los Elementos.
20 de Febrero 2008
