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Blog de albertocurbelo
03 de Febrero, 2019 · Entrevistas

Cimarrón: paradigma del teatro comunitario

Revista La Jiribilla

 

  Cimarrón: paradigma

 de teatro comunitario

 

Entrevista con el dramaturgo Alberto Curbelo, director y fundador del grupo Cimarrón

Lore Martín • La Habana 

En una antigua instalación de la Calzada del Cerro, que pretenciosa exhibiera durante sus años mozos –cuatro o cinco décadas atrás—su nombre y funciones en refulgente y decorado anuncio, cine Edison, ensaya y realiza algunas de sus presentaciones una agrupación cuyo mayor orgullo no es precisamente el talento que poseen sus integrantes, como tampoco la gran cantidad de lauros conquistados por su excelente desempeño artístico, sino haber llevado el teatro de manera sistemática a las regiones más intrincadas del territorio nacional, patentizando así el nombre con que fue bautizada hace exactamente 14 años.

«A partir de mis experiencias con Patakín de una Muñeca Negra, un espectáculo muy exitoso que se estrenó en los Jardines del Teatro Nacional y después realizara un periplo por varios barrios marginales de la capital, manteniéndose en cartelera por un año, me interesó mucho explotar el teatro de calle, de espacios abiertos, el teatro comunitario. En ese momento formaba parte de la agrupación Teatro Caribeño y junto a los actores participantes en aquella obra decidimos formar un grupo independiente que justo realizara sus funciones en las calles, en las Comunidades.

Es decir, hacer teatro fuera del recinto teatral, sin negar este, por supuesto. Pero que pudiéramos actuar lo mismo en las calles, que en un parque, en las plazas, o debajo de una mata de mangos. Así decimos que seríamos cimarrones y como tal tendríamos que trabajar en los montes y vivir en la naturaleza. Fue entonces que dimos el nombre de Cimarrón a nuestra naciente agrupación».

El también ensayista, narrador y crítico relata cómo desde el mismo comienzo de aquel mes de agosto de 1995 —fecha en que se oficializa la Compañía, el día 3— iniciaron sus presentaciones en los «lugares más inaccesibles, aquellos en los que generalmente el teatro no va, en los que ni siquiera se conoce esta manifestación artística, pero en los que existe, en cambio, un espectador muy necesitado».

¿Principales escenarios entonces?

Desde su fundación el de teatro Cimarrón se caracterizó por hacer sus presentaciones donde se encuentra el espectador más urgido, aunque no tenga allí ni siquiera las más elementales condiciones técnicas. De ahí que establezcamos nuestro palenque en cualquier lugar, que bien pueden ser las montañas de la Sierra Maestra, particularmente las de Guantánamo-Baracoa, cuyos suelos recorremos cada vez formando parte de las Cruzadas —expedición teatral organizada por los teatristas guantanameros y a los que son invitadas agrupaciones y actores de todo el país—. La Sierra de los Órganos, en Pinar del Río; zonas intrincadas de la Isla de la Juventud; Escuelas especiales donde estudian niños con alguna discapacidad física o mental; Centros de rehabilitación; penitenciarios; hospitales; Escuelas primarias, Secundarias Básicas y Círculos infantiles.

El hecho mismo de radicar en un municipio muy populoso de Ciudad de La Habana, pero con casi todas sus instituciones culturales muy afectadas desde el punto de vista constructivo, es ya un reto para la agrupación. Por decisión propia nos instalamos en este cine que hemos ido reparando poco a poco con nuestros propios esfuerzos. Pero en este lugar hay muchas personas, especialmente niños, que tienen gran necesidad de opciones culturales como estas que les ofrecemos.

 ¿Cuáles han sido las experiencias más hermosas de tan humanitaria labor?

Una experiencia jamás olvidada fue nuestra estancia durante un mes en una Comunidad campesina muy aislada llamada Derramadero, en la provincia de Ciego de Ávila. En esa zona, como antes y después en otras, dormimos en las casas de los campesinos. Mejor dicho en el piso de sus casas. Pero salimos reconfortados como artista y personas por el amor y los grandes gestos de gratitud que recibimos de aquellos pobladores.

Cuando viajamos por las montañas de nuestro país hemos dormido también a la orilla de los ríos e igualmente en medio de un tupido monte. Así hacemos nuestro trabajo y no es que hayamos renunciado a ir a un hotel ni a contar con un escenario dotado de todas las condiciones, ese es el mayor sueño de cualquier actor. Pero si exigimos esas comodidades, si nos adaptamos a ella jamás podremos llegar a ese espectador aislado, que, dicho sea de paso, es el mejor del mundo porque es el más agradecido. Entonces tenemos que integrarnos a la vida de ese espectador, compartir con él, incluso, sus tareas y ello nos ha permitido crecer como artistas, como seres humanos.

Para nosotros ninguno de los espectáculos realizados en la capital ha tenido la significación emocional de los efectuados, por ejemplo, en medio de las montañas guantanameras. Hemos visto a campesinos con antorchas andando grandes tramos para asistir a una presentación nuestra. Los hemos visto caminar durante horas para vernos actuar y al final de la función —que ha durado una o una hora y media— decir: «¿Ya»

Nadie imagina cuánto nos alimenta y nos ha hecho crecer espiritualmente esa palabra. Cuánto una lágrima que hemos visto rodar involuntariamente por un rostro recio y que es apartada con brusquedad y rapidez por la vergüenza de que lo hayan visto llorar durante la puesta en escena de una determinada obra. Cuánto nos han permitido crecer esos aplausos sinceros salidos de manos que hasta ayer mismo solo habían aprendido a arar y a sembrar la tierra. No hay palabras con qué describir las emociones vividas».

Y precisamente es la emoción la que troncha por unos instantes esta conversación. Para tomar aliento y ordenar las ideas poseídas en aquel momento por los sentimientos más puros, Curbelo acude a sus compañeros para que narren ellos también sus mejores experiencias.

Así conocimos que el mayor trofeo que atesora la actriz Maikel Amelia Reyes es un rústico juguete regalado por un niño campesino cuando la agrupación concluyó sus presentaciones en una Comunidad. «Se trata, explica, de una pieza de madera y plástico que el padre le había hecho. Según nos aseguraron, era ese el juguete preferido de aquel niño y probablemente porque considerara que era lo más valioso que poseía, me lo regaló a mí. Por más que quise rechazarlo para que no se desprendiera de él, me vi obligada a aceptarlo por su insistencia. Valor artístico quizá tenga muy poco o ninguno, pero desde el punto de vista sentimental es el mayor premio que pueda ganar en mi carrera profesional».

Esta joven actriz refiere igualmente que cuando «te encuentras actuando ante ese público de las montañas, ante un grupo reducido o numeroso de campesinos, se te mezclan tantos y tantos sentimientos que en realidad no sabes cómo definirlos».

Adael Rosales quien asegura ser «joven e inexperto en cuestiones de teatro», declara que «todo lo que hemos sido capaces de lograr con nuestro trabajo en las montañas, en las Comunidades, ha sido posible solamente por la existencia de mucho amor por lo que se hace».  Para concluir, mostrando la seriedad de un actor bien consagrado, subraya: «vivo enamorado de este trabajo en el que no hay diferencias entre público y actor».

Por su lado, Jesús Julián García define a la Compañía teatral que integra como «una gran escuela, un taller donde tienes que aprender a hacer de todo: bailar, montar zancos, cantar, manejar títeres y hasta construir tus propios vestuarios. Aquí he aprendido cómo enfrentar y resolver los problemas que se nos presentan, que son bastante reiterados dadas las características de nuestro trabajo en las comunidades».

Para Tulio Marín, uno de los actores con menos experiencia en la agrupación —solamente un año— «es el valor humano que caracteriza a la compañía lo que más me ha llamado la atención. Este grupo es una gran familia que me ha enseñado, entre otras muchas cosas, a actuar para niños, algo a lo que antes temía mucho».

Haciendo gala de la vasta experiencia que le confiere su trabajo en Teatro Cimarrón, la narradora y actriz Caridad Rodríguez, prefiere referirse al homenaje que, con motivo del aniversario 14 de la agrupación, recibieran en la sala Rita Montaner. «Fue un espectáculo muy emotivo durante el cual compartimos con el grupo Espacio Abierto y con personas de la tercera edad que se mostraron muy profesionales como cuenteros populares a pesar de ser aficionados. Allí también tuvimos el gran honor de compartir con la cuentera más antigua de nuestro país, Haydée Arteaga Rojas, formadora de generaciones de cuenteros y actores cubanos muchos de ellos procedentes de barrios marginales».

Recuperado totalmente de mala pasada que minutos antes le jugaron sus sentimientos, Alberto Curbelo quiso añadir una última experiencia vivida recientemente en un centro penitenciario de adultos. «No hace mucho tiempo realizamos una presentación ante reclusos adultos. Fue impresionante ver cómo aquellos hombres rieron como niños durante las escenas representadas por nuestros actores en una obra de payasos.

«Resultó muy revelador saber que allí había personas que nunca habían asistido a una función de teatro, así como tampoco sentían inclinación por ninguna manifestación artística. Y estaban allí, sin embargo, participando con mucho interés de la función. Al finalizar nos pidieron que regresáramos pronto.

«Esa presentación nos enseñó que no obstante haber delinquido, aquellas personas podían ser excelentes espectadores y que su conducta social, desviada probablemente por el medio en que se desenvolvió, puede ser corregida por este trabajo de la Revolución de llevar la cultura hasta el último rincón del país».

¿Cuál es a su juicio el mayor aporte de Cimarrón al teatro cubano?

En mi criterio lo más importante que ha hecho Teatro Cimarrón, es el rescate de nuestras tradiciones culturales, las tradiciones africanas y también las hispánicas. Uno de nuestros últimos espectáculos, por ejemplo, es Las mil y una noches isleñas, con el que traemos de vuelta manifestaciones danzarias que prácticamente habían sido olvidadas en Cuba. En otros de la misma manera rescatamos herencias legadas por nuestros ancestros y que permanecen en la memoria oral de muchos campesinos.

Tenemos que reconocer que el espectador, sin proponérselo realmente, nos ha beneficiado mucho más a nosotros que nosotros a él. Cuando convivimos con un campesino, estamos tomando su forma de expresarse, la manera de gesticular, su mentalidad y de asumir la vida. Nos apropiamos, en fin, de su ambiente y sus costumbres para después llevarlas a escena. Se trata simplemente de un intercambio. De ahí que nuestro trabajo es posible porque ellos, (los campesinos), existen y no solo como espectadores, sino como parte imprescindible de nuestra agrupación. Constituyen una especie de bibliotecas ambulantes, vivas, que nos han fortalecido culturalmente. Por ello reitero que nuestro mayor logro ha sido haber coincidido un poco en el rescate de la memoria cultural de muchas comunidades, particularmente esta del Cerro donde radicamos.

¿Por qué celebrar los 14 años de la compañía con el estreno de una obra escrita hace poco más de tres décadas?

El último festín es una obra que efectivamente escribí en 1978 y será estrenada en septiembre próximo en el Bertolt Brecht a propósito de nuestro cumpleaños 14. Dediqué esta obra al dramaturgo y narrador camagüeyano Raúl González Carrasco, injustamente olvidado. Con el estreno de ella queremos rendir tributo a su memoria y homenajear además a nuestra nacionalidad, porque es una obra caracterizada por su cubanía.

En ella se rescatan tradiciones aborígenes especialmente, la cultura taína que rara vez vemos en nuestros escenarios. Aparecen personajes mitológicos como Opiyelguobirán, un perro con cabeza humana que salía durante las noches para atemorizar a los indios. Este personaje mitológico nos sirve para enlazar esta historia junto con el majá Santamaría, nuestra mayor serpiente y la jicotea y el tocororo, nuestra ave nacional. Los árboles son todos autóctonos.

El último festín, es una fábula que rescata árboles, animales e historias muy cubanas. A modo de preestreno durante el mes de agosto, (18 al 22) la obra se presentará en El Guiñol y en algunas comunidades de la provincia de Cienfuegos, cumpliendo una invitación de la Asociación Hermanos Saíz.

¿Puede atribuírsele a esta compañía la consagración como dramaturgo de Alberto Curbelo?

En realidad era dramaturgo mucho antes de crear la compañía. Era incluso director artístico y he trabajado con importantes directores como Hernández Espinosa, a quien considero mi maestro, mi padre intelectual. Pero la creación de esta agrupación me ha permitido concretar mis ideas como dramaturgo, es decir, llevar lo que he escrito en materia de dramaturgia a la escena y eso convertirlo en personajes, en seres humanos, en historias que se pueden ver. Esto ha posibilitado que me revise como escritor, que corrija mis textos porque la práctica escénica ha determinado una visión distinta.

Cimarrón me ha permitido igualmente incluir en mi dramaturgia esos espacios donde trabajamos que no son más que el hábitat del cubano, o sea, no circunscribirme a los espacios cerrados, sino incluir la naturaleza, el campo, las ciudades.

Y como resultado de estas incursiones escénicas surge una obra que para mí es muy importante Huracán y con la cual obtuve el Premio UNEAC 2005. Este texto felizmente fue publicado este año por Ediciones Unión como parte de los festejos de nuestro aniversario. A su presentación, realizada en el mes de febrero, durante la Feria Internacional del Libro, no pude asistir. Para esos días estaban planificadas las Cruzadas Teatrales, y opté por irme a las montañas de la Sierra Maestra. Allí nos esperaba, como cada año aquella gran familia compuesta mayoritariamente por espectadores ansiosos.

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publicado por albertocurbelo a las 23:36 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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