Cumanayagua Cuenta.
Una mirada a la Sexta Bienal de Oralidad Escénica
Por Fernando León Jacomino
Con la presencia de varias agrupaciones teatrales, más de 20 poblados y asentamientos cienfuegueros del macizo montañoso Guamuhaya sirvieron como sedes a la Sexta Bienal de Oralidad Escénica Cumanayagua Cuenta, auspiciado por el grupo Teatro de los Elementos y la Dirección Municipal de Cultura y celebrada entre el 10 y el 15 de noviembre del año en curso. Esta muestra, que al decir de José Oriol González, director del grupo anfitrión «pretende revivir el espíritu de aquellos que conjuraron tiempos difíciles desgranando historias por los caminos fangosos y empedrados de la montaña», estuvo dedicada al poeta repentista Luis Gómez y al escritor y antropólogo Samuel Feijóo: dos figuras de amplia trayectoria cultural en la región sureña. Al son de cuentos contados y vueltos a contar, actores y actrices de colectivos locales como Velas Teatro, Conjunto Dramático y el grupo anfitrión, compartieron seis días de trabajo con artistas capitalinos de los teatros Cimarrón y Tropatrapos, así como del colectivo matancero Korimakao, entre otras agrupaciones y creadores.
Las actividades tuvieron como sedes instalaciones de carácter recreativo ubicadas en núcleos poblacionales como cuatro Vientos, Crucecitas y El Nicho, albergues de la escuela al campo y portales de casas y bodegas de pequeño asentamiento a los que rara vez acuden unidades artísticas. Se trata, en muchos casos, de comunidades que durante las dos últimas décadas han sufrido un notable éxodo de sus moradores; situación que apenas comienza a revertirse hoy gracias a las nuevas medidas adoptadas por el país para favorecer la explotación de la tierra por arrendatarios privados. En lo concerniente a la oferta cultural cotidiana, entendida sobre todo como opción recreativa, se trata de comunidades pequeñas o muy pequeñas, debidamente electrificadas pero sin instituciones culturales notables, en las cuales la televisión y, en particular el video, se erigen hoy como el principal (y a veces el único) medio de recreación. Con una señal televisiva de mala calidad, que por lo general permite disfrutar solo una parte de la oferta nacional, es muy común que las familias que allí residen dediquen buena parte de su tiempo libre al consumo de productos enlatados, no siempre de la mejor calidad. Frente a este panorama, resulta bien difícil atrapar la atención de los moradores con sencillas propuestas de narración oral escénica, hecho que trasciende ampliamente la voluntad de los organizadores y la mayor o menor calidad de las propuestas artísticas.
Igualmente complejo resulta ensayar un abordaje crítico de lo que se constituye el acontecimiento cultural más importante que atraviesa estas montañas de un año a otro, ya que su celebración se alterna con una Bienal de Teatro, organizada también por el único colectivo teatral profesional del territorio: Teatro de los elementos. Pero aun así vale la pena insistir en aquellos aspectos que constituyen las principales reservas de este hecho, sobre todo en lo que respeta a su capacidad para movilizar a una mayor cantidad de pobladores y su responsabilidad en la construcción de un paradigma otro, que al menos tome distancia crítica con respecto a los modelos de consumo cultural que rigen hoy la vida en estas comunidades. Para comenzar, hay que decir que este acontecimiento cuenta con la mínima infraestructura indispensable para su realización. Y no me refiero a las condiciones de alimentación y hospedaje, que son dignas y muy coherentes con el entorno y las intenciones del evento, ni a las adecuadas condiciones de transportación, resultantes de numerosas coordinaciones entre instituciones de diferentes organismos que se suman de manera entusiasta y responsable a la celebración. Me refiero a las condiciones mínimas para el trabajo de los artistas y las consecuencias que esto tiene para la efectividad en la comunicación con el espectador.
Cuando se trata de pequeños asentamientos, adonde los artistas se dirigen a pie, en ocasiones por caminos de difícil acceso, el encuentro de los moradores con la narración oral escénica se convierte en una verdadera fiesta, aun cuando no exista un anuncio previo y la columna de inexpertos fangueadores irrumpa sin aviso por un costado del caserío. No hay casa de la que no salga un niño sonriente ni vecino que no exprese su gratitud ante la sorpresa de disfrutar historias que le hacen reír y hasta pensar. No falta incluso el brindis final con café montañés ni la fila de niños acompañando a la tropa en retirada. Pero otro gallo canta cuando corresponde conquistar el círculo social de una comunidad mayor, sobre todo en horario nocturno, y la convocatoria del grupo se interpreta como invitación a un tipo de fiesta más asociada con el baile, propio de la noche pero imposible para el grupo visitante. Si descartamos la idea de no incluir actividades en este horario, pues desaprovecharlo implicaría renunciar al momento de mayor potencialidad para la movilización del público, tendríamos que preguntarnos qué otras opciones artísticas podrían acompañar a la narración oral en tales circunstancias. Una posibilidad sería incluir repentistas con su respectivo acompañamiento, más que todo porque se trata de otra manifestación de la oralidad, de indiscutible fuerza escénica, que no implica gran complejidad logística. Esta variante incrementaría además la convocatoria hacia ese espectador adulto, que resultó ser el gran ausente a las convocatorias nocturnas.
Otra opción para las noches de oralidad sería la inclusión de músicos capaces de acompañarse a la guitarra, lo que aporta una mayor diversidad al espectáculo, sin renunciar a las reglas básicas de la comunicación directa e inmediata con el espectador. No olvidar la estrecha vinculación entre esta modalidad escénica y la práctica cotidiana de tantos cantores de circunstancia que, a los largo de siglos, mantuvieron vivas historia y leyendas. Esta variante probó su efectividad este año con la inclusión del trovador Pavel Poveda, que fungió como nexo orgánico entre las diferentes narraciones y contribuyó a la amenidad del espectáculo y la unidad del grupo. Claro que la inclusión de músicos, especialmente sui se trata de pequeños conjuntos acústicos, requeriría de un mínimo de tecnología a la cual no estamos obligados a renunciar, más que todo si consideramos las expectativas de cada núcleo poblacional y reconocemos que determinados asentamientos, aun cuando se ubiquen en lo más intrincado de la montaña, tienen a remedar ciertos patrones de comportamientos citadinos.
Algo parecido sucedió con agrupaciones como Teatro Cimarrón, cuyas propuestas con títeres podrían aprovecharse mejor con programaciones dirigidas a centros estudiantiles y reservarse para espacio con un mínimo de condiciones para la adecuación del trabajo. Téngase en cuenta, por ejemplo, que durante los seis días de intercambio el mencionado grupo solo pudo exhibir una vez parte de su espectáculo con títeres, ya de por sí adecuado a las condiciones del evento.es tema para reflexionar la programación diferenciada de unidades artísticas como esta, que podrían funcionar de manera autónoma sin menoscabo para su labor. De una vez aprovecho la mención de este grupo y a su experimentado director, el maestro Alberto Curbelo, para señalar las potencialidades del evento en lo que respeta al intercambio y la superación de los participantes. Más allá de los indiscutibles beneficios que deja el intercambio espontáneo, la programación deja espacios para posibles charlas y hasta demostraciones de trabajo al interior de cada brigada, lo cual aportaría información de utilidad para todos los participantes, en especial para los integrantes de las agrupaciones locales.
Otra cosa que le falta a esta bienal es una adecuada caracterización de cada localidad a visitar, lo cual dificulta hoy la composición de repertorios adecuados y, por ende, el aprovechamiento óptimo de las potencialidades comunicativas de cada artista. Esta labor de profundización sería el mayor y más decisivo aporte del Teatro de los Elementos a una cruzada que ha probado su efectividad ante el espectador serrano, pero que abriga reservas que solo pueden ser activadas desde n reconocimiento preciso de las condiciones y características de cada espacio. Pocos colectivos en Cuba cuentan con las herramientas y la experiencia acumulada por el Teatro de los Elementos a lo largo de sus dos décadas de vida, legado que hoy se refuerza mediante el trabajo de la comunidad cultural El Jovero, enclavada en las estribaciones del macizo montañoso.
Sobre las presentaciones artísticas podría hablarse de una gran diversidad y de un marcado interés por la incorporación de nuevos textos, tanto de autores locales como de clásicos del género, incluido el propio Samuel Feijoo. Eta búsqueda ha contribuido a incrementar considerablemente el espectro de temas a compartir con el público, superando así la tendencia folklorizante que suele caracterizar este tipo de encuentros. Llama la atención aquí la apropiación que han hecho los integrantes de Velas Teatro, radicado en Cienfuegos, de cuentos breves publicados por Mecenas y Reina del Mar, editoriales locales. Faltaría, en este caso, articular un mecanismo de selección que jerarquice con la comunicación con el espectador, ya que a veces se presentan en clave de oralidad textos de escritura compleja que no alcanzan la aceptación esperada. En lo formal sin embargo, perdura la filiación a los modelos más tradicionales de la Narración Oral Escénica y a un tipo de caracterización basada en el fetiche cultural del campesino y su relación con el mundo, lo cual revela en unos casos premura y, en otros, escasa elaboración artística y falta de rigor en la asunción del género.
Un gran acierto de esta sexta edición fue la presencia de Televisión Serrana, representada por una selección de obras que incluía el documental ¿Adónde vamos? de Ariadna Fajardo, material que mereciera el Gran Premio en el Festival Nacional de Telecentros 2011, y que apunta hacia uno de los principales problemas que aquejan hoy tanto al Escambray como a las extensas cordilleras de la Sierra Maestra: la migración de los montañeses hacia las ciudades. Se trata además de una realizadora nacida en San Pablo de Yao, Granma (poblado que acoge a la Televisión Serrana), que se formó profesionalmente mediante talleres recibidos en la propia institución. La muestra incluyó además trabajos de los también director Carlos Y. Rodríguez y Kenia Rodríguez, incluidas algunas videocartas de los niños de la Sierra a los del Escambray y se proyectó en diferentes salas de televisión y video existentes en la zona. Esta práctica abre un nuevo camino para el crecimiento y la profundización cultural que en lo adelante deberán acompañar al evento.
En pocas palabras, podría decirse que en la Sexta Bienal de Oralidad Escénica Cumanayagua Cuenta se trazó los primeros trillos hacia la comunicación con un espectador muy diferente al que habitualmente enfrentan la mayoría de las agrupaciones visitantes. La simple comprensión de este hecho habla muy bien de la bienal que organizó el Teatro de los Elementos y nos permite soñar, para el año 2013, con un circuito promocional que explote con mayor intencionalidad las potencialidades revelada por esta fructífera incursión.
Cubarte, 2011-11-28.