Cuando impartí unos talleres teatrales en Guadalupe, no podía dejar de visitar el volcán Matouba, en su momento refugio de cimarrones de la isla.
Allí escribí este poema:
En la cima del Matouba
ya no tañen los tambores:
sólo un resto de sangre permanece
en las grietas de las rocas.
El monte se hunde hoy totalmente
en el cielo sin los cantos de los cimarrones
sedientos de libertad.
Su silencio es íntegro y bien armado
en las palpitantes laderas
que en mil ochocientos dos estallaron
como el más bello surtidor de sueños
en Guadalupe.
Su cúspide se yergue ahora sobre una montaña
de huesos, de guijarros y amaneceres
que todavía comanda Louis Delgrés
desde lo más profundo de su corazón
de piedra.
Alberto Curbelo
2012, Volcán Matouba, Guadalupe.