Cautivó el patakín
Por Ada Oramas
A la gente le gusta soñar. Tanto, que fantasearon sobre extraterrestres por los OVNI o fragmentos cósmicos que surcaron el cielo desde Pinar del Río hasta Matanzas, recientemente. Y por eso, precisamente, fue el éxito del III Encuentro de Teatro para Niños y Jóvenes Guanabacoa ’93.
Todas las instituciones culturales, los parques y plazas fueron invadidos para la fantasía. Personajes legendarios como Pinocho tomaron de la mano a extraterrestres y cosmonautas y juntos viajaron por las galaxias de la imaginación.
Cada obra tenía un encanto peculiar, porque en ellas primaba la calidad exigida para concursar como para mantener el prestigio que ya ha sabido ganar este evento auspiciado por el Centro de Teatro y Danza de Ciudad de La Habana y la dirección municipal de Cultura de Guanabacoa.
Irrumpió en parques y plazas la muñeca negra. Aquella Leonor nacida del amor de Martí hacia La Edad de Oro, asumió la identidad de una criatura del español Alfonso Sastre, por los vericuetos de Historia de una muñeca abandonada y así permitieron que se transformara en un personaje cautivador, recreada por Alberto Curbelo en una versión que atravesó el Atlántico y llegó a Nigeria para descubrir joyas ocultas del folklore y la leyenda.
El patakín exigió su lugar. Esa voz de la mitología yoruba significa fábula. De ahí el título que otorgó a esta pieza teatral un joven intelectual, Alberto Curbelo ─autor varias veces premiado por sus cuentos infantiles y obras de teatro─, que no únicamente regaló un patakín a la muñeca negra, sino que la inscribió en un rinconcito del reino de los orichas.
Diálogos y acotaciones debían traducirse en acciones, gestos e inflexiones vocales que construyeron el universo teatral del Patakín de una Muñeca Negra y así surgió la puesta en escena de Curbelo, quien asumió la dirección artística con la primera actriz Trinidad Rolando, ambos del grupo Teatro Caribeño.
Cuando presentaron la puesta fue una gran fiesta en Guanabacoa, con los zancudos y los pregoneros, con el toque de tambores batá y lo más típico de mitos y tradiciones afrocubanas, con la transformación de seres humanos en muñecos, con esa plasticidad que sólo es capaz de otorgarle el coreógrafo Alberto Méndez, quien brindó su asesoría a la representación.
Monse Duany, en su interpretación del protagónico, arrancó ovaciones, al igual que el resto del elenco por su alto nivel actoral. También contribuyeron a su lucimiento la vitalidad y el ritmo escénico, la autenticidad de la música y la efectiva utilización de la naturaleza en cada espacio abierto. Pero además, cabe destacar que está inscrita en las necesidades del momento actual pues no requiere micrófonos, escenografía ni combustible para transportar el vestuario, porque cada actor lo lleva consigo.
Ovaciones del público y veredicto del jurado fueron al Patakín…, el premio de la mejor puesta en escena en el III Encuentro Guanabacoa ’93, en tanto que el Centro de Teatro y Danza de la Ciudad de La Habana le confirió su premio único a la dirección artística de esta pieza, también seleccionada por la crítica especializada a principios del 93 como una de las diez mejores obras del 92.
Y algo muy curioso es que el Patakín… gusta tanto a los padres como a sus hijos y todos quedan prendidos del encanto de ese deambular por los secretos de los dioses africanos, traídos desde Nigeria al toque de un lejano tambor batá que encuentra su eco en los rituales y en cantos, bailes y travesuras de esa muñequita que tanto amaron Lolita y Piedad.
Periódico Tribuna de La Habana, 2 de enero de 1994.