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Blog de albertocurbelo
02 de Marzo, 2019 · Alberto Curbelo

Los muchachos se divierten. Nuevos cuentistas cubanos

 

Juventud, divino tesoro…

 

Por Lucía López Coll

Estoy absolutamente de acuerdo con Senel Paz, antologador de los cuentos reunidos en Los muchachos se divierten, cuando aclaraba en el prólogo que ésta era solo una selección entre otras muchas posibles.

Pienso que para esta antología, que se subtitula «Nuevos cuentistas cubanos», habría sido necesario un criterio selectivo mucho más preciso, pues tal como está, y en ausencia de otra, la colección resulta poco representativa de la actual narrativa cubana. Para serlo le faltarían algunos nombres imprescindibles como el de Francisco López Sacha, Miguel Mejides, Abilio Estévez o Arturo Arango, por sólo citar cuatro de ellos.

Por otra parte, tampoco es un muestrario de la cuentística más joven y todavía en cierne, pues para serlo sobrarían algunos nombres incluidos, como el de Guillermo Vidal y José R. Fajardo, quienes ya tienen un buen trecho adelantado en este camino.

De cualquier forma, para apreciar los posibles valores de Los muchachos se divierten (Editorial Abril, 1989), bien vale la pena pasar por algo sus discutibles criterios de selección y concentrarnos en lo que para el antologador constituye el mayor encanto del libro: la «aventura» de encontrarse con la parte menos conocida de nuestra literatura. Lógicamente, esta proposición me sugiere enseguida una pregunta: ¿será que este encuentro con lo más nuevo significa además un encuentro con lo más novedoso?

Nuestra literatura se ha hecho cada vez más joven, no sólo por el arribo de autores menores incluso de veinte años, sino por los propios temas que han invadido su terreno, sobre todo a partir de los ochenta. El amor entre los jóvenes, los conflictos generacionales, las relaciones humanas dentro de los colectivos de estudiante o con los profesores, en las becas y en las escuelas al campo, fueron durante esa década los tópicos más comunes que ahora vuelven a las páginas de este libro con una perspectiva, tal vez más actualizada, pero no muy diferente de la ya conocida.

Por esa razón un cuento como Aquella dura noche, de José R. Fajardo, ya aparecido en su libro Nosotros vivimos en el submarino amarillo (1985), no desentona junto a piezas de más reciente creación como Saber perder, de José Mariano Torralbas, o La Gente cambia. Los tres se acercan al conflicto de jóvenes enamorados y mal correspondidos e incluso coinciden en algunos rasgos caracterizadores del protagonista, como la timidez y el modo de asumir el desengaño amoroso.

El tema de la juventud se repite en otros cuentos del libro, y como en muchos de los que antes lo abordaron, prevalece la tendencia hacia el tono intimista, egocéntrico, reafirmado en muchos casos por el uso de la primera persona. Se apela a la ingenuidad, a la fantasía, pero casi siempre existe un punto de vista inquisitivo sobre los diferentes aspectos de la realidad más cercana al joven. Así sucede en Solo de violín y viejo, de Ricardo Ortega, donde la sensibilidad del adolescente, exacerbada por sus complejos, logra una nota muy humana, demostrativa de cómo es posible salvar las distancias generacionales.  En Pillo, de Zully Jaspe, la única mujer presente en el libro, la fantasía de un niño es la pantalla mágica capaz de convertir lo feo en hermoso, lo imposible en posible, aunque este rejuego llega a resultar artificioso y malogra la idea original. El amor reaparece en Mañana es fin de curso, del ya conocido Carlo Calcines, quien relata con acierto la separación de una pareja de estudiantes que no supo hacer crecer su amor más allá del marco escolar.

En otras dos piezas se vuelve a la pareja, perturbada esta vez por los conflictos generacionales que no logran resolverse: La mochila se aleja y Solución de noche I, por la incomprensión de los padres ante las relaciones amorosas de los hijos. Ambas piezas pertenecen respectivamente a Eduardo Soud y Ernesto Pérez, los autores más jóvenes del volumen, nacidos en 1968, quienes presentan rasgos estilísticos muy cercanos, como la forma de viñeta que asume el relato en sus casos. De las siete viñetas publicadas, la más lograda es Intransigencia, de Ernesto Pérez, porque maneja la sátira y el absurdo con eficacia, sin embargo, el mismo autor falla con Solución de noche II cuando no alcanza igual resultado.

No obstante, a pesar de ser los benjamines los menos tradicionales en el planteamiento de sus historias, no son ellos los que traen las proposiciones más interesantes a esta colección. Apresen aquí tres nombres que el crítico y narrador Arturo Arando incluía en su mini antología de autores menores de treinta años ─aparecida en la revista Letras Cubanas de julio-septiembre de 1988─, formando parte del grupo de «los exquisitos», definidos allí como aquellos creadores que «jerarquizan menos el presente inmediato, y los límites espaciales y temporales del mundo por ellos representado suele desdibujarse con frecuencia hasta llegar a ambientes propios de la fantasía y el absurdo», con lo cual se consigue, o al menos se busca, alcanzar una síntesis más universal.

Los así considerados por Arango y que aquí reaparecen son Félix Lizárraga con El polvo y la gloria, Alberto Rodríguez con Miguel, y Rolando Sánchez con Diez mil años, a los que añadiría otros dos nombres antologados por Senel Paz, Roberto Luis Rodríguez con La pecera y Ernesto Santana con En el vórtice.

En La pecera el hombre se enfrenta a uno de sus conflictos eternos: la vejez. Y aquí hay un análisis descarnado y profundo de lo que ésta significa para los que sólo con capaces de ver en ella el epílogo de la vida. El relato Miguel, por su parte, podría clasificarse dentro de la literatura del absurdo y nos plantea un problema existencialista sobre la posibilidad de salvación del hombre, capaz de recuperar la confianza en su capacidad de hacer variar las cosas.

Con El polvo y la gloria, se va de vuelta al tema de los jóvenes. Uno de los personajes se refugia  en la literatura para escapar del mundo real que le resulta demasiado hostil, y otro arrastra su vacuidad sin saber cuál es la causa de su insatisfacción. Aunque la anécdota no es absolutamente novedosa, se logra una buena atmósfera, donde los protagonistas adquieren una dimensión que hace más trascendente su problemática. Diez mil años es una variación en el tema de la pareja, aunque más que el amor, es el rejuego literario el centro del relato. El interesante contrapunto planteado con otra pareja ─la de Kafka y Dora─ es demostrativo de las posibilidades de su creador que por este camino logra universalizar una situación aparentemente intrascendente.

Ernesto Santana nos entrega con su pieza En el vórtice la contrapartida de la mayoría de los prototipos que nos han traído la oleada juvenil de los ochenta. El existencialismo que caracteriza a su protagonista y su conflicto deviene insoluble, porque es incapaz de encontrar el camino hacia el mismo y los demás.

Pienso que en el contexto del libro este grupo de autores se destacan por la calidad y diversidad de sus proposiciones y en conjunto denotan un mejor dominio de la técnica y el lenguaje. Y aunque «Los exquisitos» no siempre pasan sus anécdotas en la realidad más inmediata, no por ello les resultan ajenas las cosas de este mundo.

El resto de los autores presentes en el libro tienen intereses diferentes y variable calidad literaria. Para no hacer larga la relación, sólo voy a destacar entre ellos a un joven narrador que aborda el conflicto creado entre dos hombre que poseen un concepto diferente de la amistas. Amir Valle reproduce en Serpa, desde un punto de vista crítico, circunstancias o situaciones que de cierta forma tipifican algunos de los problemas que subsisten en la sociedad cubana actual, y lo hace sin maniqueísmos y con absoluta conciencia del papel decisivo que corresponde al creador a la hora de reflejar la realidad y al mismo tiempo incidir en su transformación aunque el valor de este cuento se ve empañado por la insuficiente elaboración literaria de la historia.

Después de este rápido bosquejo, estamos en condiciones de retomar aquellas interrogantes que se nos abrían al comienzo de este comentario. Como hemos visto, el balance final de Los muchachos se divierten es una mezcla de autores de diferentes generaciones y disparejo desarrollo literario, que no se deberían etiquetar de manera absoluta gajo el rótulo de «Nuevos cuentistas cubanos» sin correr el riesgo de pecar de inexactos.

Aunque siempre resulta arriesgado emitir criterios definitivos y pronósticos de futuro a partir de una muestra tan reducida del trabajo de cada autor, considero provechosa la aventura de explorar lo menos divulgado de nuestra cuentística para proporcionarnos un encuentro con jóvenes que evidencian su temprana madurez. Y si bien novedoso no es un término aplicable a esta colección de «Nuevos cuentistas cubanos». Resulta tan alentador ver aquí reunidos a tal cantidad de jóvenes, que no puedo menos que traer a colación aquellos versos de inevitable memoria: Juventud, divino tesoro

  

Revista Revolución y Cultura, marzo de 1990.  

 

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publicado por albertocurbelo a las 13:57 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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