Ochún
«Yo seré como el río, que se despeña y
choca, y salta y se retuerce… ¡Pero llega
al mar!»
Dulce María Loynaz
Una cadera, una gran cadera para una fiesta
eterna: todo un monte de miel que desangra el río
a través de sus prohibidas profundidades.
Pececillos y camarones rojos la cercan
como tesoro de veintiuna piezas de ámbar. Es piel
de tambores batá, girasoles y resurrecciones
a medianoche
que llevan la prisa de sus bailes
en lascivo estruendo de orillas
y codornices
y pavo reales
casi perfilados sobre el fuego.
Es risa, marjal que se repite
una y otra vez en sandungueras horas
durante el llamado indócil de las cinco
campanillas de plata.
Quizás el amarillo que no conoce
el fornicario grito de la muerte
porque es espejo ondulante,
hecha ola y espuma:
¡El eterno y ecuestre Juego de las Aguas!
1986, Centro Habana. Septiembre 8.