Arte en la calle
Qué sorpresa, qué agradable sorpresa venir por esa calle Obispo, a las doce del día, medio sordo por el ruido de los matillos neumáticos, medio ciego por tanto sol en tanta piedra, llegar a la Plaza de Armas, sentarse a descansar un rato y ver a un grupo de personas montadas en unos zancos. Encantados de la vida.
Son unos locos, dice una señora, están ahí hace como una hora cantando y payaseando. Y la señora se ríe y hasta se sienta. Llevo un buen rato aquí, viéndolos, ahorita se me hace tarde para preparar el almuerzo.
Los de los zancos son un grupo de teatro callejero y están contando la historia de una tiñosa con complejo de inferioridad y la historia se extiende, parece que no tiene fin, porque aparecen animales que le cuentan cuentos a la tiñosa para entretenerla y hacerla reflexionar. Pero la tiñosa, como si nada. Lo de nunca acabar. Hay que ver a los niños cómo gozan. Abren los ojos bien grandes y les preguntan a los padres por qué son tan altos los payasos esos. Tienen zancos, dicen los padres. ¿Qué cosa son zancos? No preguntes tanto y presta atención a la tiñosa ─es que el padre también está enganchado con el cuento.
ES ARTE EN LA CALLE
Parece que La Habana Vieja se presta para esas cosas. Otras calles de la ciudad también brindan sus sorpresas, pero allí es donde más abundan. Allí, en la misma Plaza de Armas, o en la acera del Louvre, tocan las bandas de conciertos. Y esa es otra historia. Consiguen reunir a un heterogéneo auditorio, amante de las retretas. Hay hasta quien baila. Y hay habituales, que han hecho de esos conciertos su entrenamiento de viernes por la tarde. Yo siempre vengo, dice una viejita de lo más arregladita, es que me queda muy lejos la Sinfónica… Es un fenómeno, porque personas que no entrarían a un teatro a oír un concierto ni agarrados por los pelos, se pasan los cuarenta minutos de pie, disfrutando la música. Claro, también la Banda toca una obertura de Wagner, cada cosa en su lugar.
Algo es algo. Es reconfortante ver a tanta gente disfrutando, con tan poco esfuerzo y con tantas ganas de una propuesta artística digna, que se le ha aparecido así, en su camino, inesperada, en medio de la acera. Un verdadero espectáculo popular.
Sería bueno que más gente de arte, más grupos y compañías se fueran a la calle de cuando en cuando. Por conciencia de la importancia del trabajo comunitario o por el puro placer de la aventura. Sería bueno que en cualquier esquina de cualquier barrio los vecinos pudieran encontrarse con una obrita de teatro, con una danza, un trío, un coro, un pintor, ¡un ballet!...
Es una experiencia maravillosa para los artistas, que van a poder estar bien cerca de un público maravillado y sorprendido, sacado de su rutina.
Pero quien de verdad saldría ganando sería ese público. Gente que, aunque no se dé cuenta, va a hacerse un poquito más sensible, más plena, más culta. O al menos va a pasar un buen rato, que ya es bastante.
Periódico Trabajadores, 20 de mayo del 2002.