Premio Nacional de Teatro 2005
Revista Tablas
Obbá
Por Alberto Curbelo
«Lo único que el hombre tiene es su conocimiento»
Proverbio Yoruba.
Con el otorgamiento del Premio Nacional de Teatro 2005 a Eugenio Hernández Espinosa, se corona al fin una de las más singulares figuras de la dramaturgia y las tablas cubanas.
Heredero sanguíneo y cultural del mestizaje antillano, desde que en 1967 irrumpiera en la escena profesional con el estreno de María Antonia, extraordinario suceso teatral que protagonizaron el Taller Dramático y el Conjunto Folklórico Nacional hasta el reciente estreno de Quiquiribú Mandinga por Teatro Cimarrón, el Negro Grande del teatro cubano ha sembrado, en el nivel más alto del parnaso teatral caribeño, los dilemas blanquinegros, las tradiciones populares, la religiosidad y el sagrado temario de la mitología afrocaribeña.
Aponte, Manzano, Changó Valdés o Changó Paladá Surú, Desayuno a las siete en punto, Obba y Changó, Odebí el Cazador, Los peces en la red, Oyá Ayawá, Obba Yurú, El Masigüere, El Venerable y El Elegido, entre otros títulos de desbordado lirismo y fértil dramatismo, son obras que hablan muy alto de su empeño por situar, en nuestras coordenadas culturales e históricas, la vida del hombre negro: su espiritualidad, su forma de pensar y de actuar, sus anhelos y avatares en la conformación de la nacionalidad e identidad cubanas. A la par, y con idénticos fervores, visibiliza la vida del hombre blanco pobre, del hombre sin tierra, como en La Simona, Premio Casa de las Américas 1977.
Sus obras sitúan sobre las tablas conflictos medulares del cubano de hoy: rezagos pequeñoburgueses, discriminación (velada o no) racial, sexual o de género; el autoritarismo, la intolerancia, la doble moral o la pesada tragedia de los balseros cubanos en piezas como Caridad Muñanga, Calixta Comité, Mi socio Manolo, El Ambia, Emelina cundiamor, Alto Riesgo, Lagarto Pisabonito, Tíbor Galarraga, La balsa o Chita no come maní.
Se ha coronado, además, con su labor como director artístico en la compañía Teatro Caribeño de Cuba. Memorable es su montaje de El león y la joya, del Premio Nobel de Literatura Wole Soyinka. También con su persistente y fructífero magisterio con jóvenes actores a fin de que puedan desdoblarse, física y espiritualmente, en un teatro total, heredero ─para decirlo con palabras de don Fernando Ortiz─ de una «nueva síntesis demogénica por la transfusión de sangres convergentes y el ajuste de las culturas heterogéneas».
1/05. Enero-marzo.