Diario de Cuba
Veinte años a contracorriente
Por Jorge Enrique Rodríguez
En los umbrales de sus veinte años de existencia, Teatro Cimarrón insiste en rehuir de convencionalismos y gratuidades ideoestéticas, y apuesta por las mismas premisas que lo han distinguido en el panorama teatral nacional: la memoria, la identidad y la responsabilidad histórica.
Fundada el 3 de agosto de 1995 por el dramaturgo, ensayista y poeta Alberto Curbelo, la compañía acumula más de una treintena de montajes. Sin embargo, según Curbelo, «lo más importante es la labor comunitaria realizada, nuestras intervenciones en los más apartados parajes de las serranías guantanameras, en zonas campesinas de difícil acceso, en los hospitales, en los centros penitenciarios y de atención a menores, en las escuelas especiales y, dentro de éstas últimas, con los niños autistas».
En coherencia con los presupuestos estéticos que signaron su creación, Teatro Cimarrón, relata Curbelo, «no surge como propuesta de un montaje; sino como concreción de una apreciación teatral y cultural, fruto de exploraciones e inserciones en espacios no habituales que daban continuidad a los quehaceres comunitarios en las serranías […], y desde una proyección ideoestética en la que visibiliza al negro y al indocubano al abordar conflictos medulares de la sociedad cubana contemporánea».
Con sus dos últimos estrenos, Asere y La gran travesía ─a partir del cuento Los tres pichones, de Onelio Jorge Cardoso─, Alberto Curbelo reafirma su apuesta por el riesgo que implica la poética de la complicidad. El riesgo de la indagación ─también antropológica─ que busca, según los propios preceptos del dramaturgo respecto a Asere, «abordar más la pérdida ética, que reflejar escénicamente una miseria material que obviamente afecta pero que no llega a truncar al ser humano».
Sin embargo, a pesar de ser considerado el dramaturgo cubano que más ha incursionado en las culturas y mitologías de los pueblos originarios del Caribe ─y que tanto con su obra escrita como con sus montajes escénicos ha contribuido al rescate y representación de las tradiciones orales y culturales afrocubanas─, se enfrenta al derrumbe de la sede de la Compañía. Parece que no bastan sus más de 60 premios ─literarios, artísticos, periodísticos, teatrales─ ni el sinnúmero de libros publicados para evitar el «acoso de derrumbes, de carencias materiales y de burócratas que desconocen el papel de la cultura en la comunidad».
La sede de Teatro Cimarrón está enclavada en el antiguo cine Edison ─en la barriada de El Canal, en el Cerro─ desde la fundación de la compañía. El Edison ─junto al Maravillas y el Principal─ fue de los primeras salas en ser clausuradas como «cines de barrio» cuando la primera fisura en el Telón de Acero condicionaba la crisis cubana, a la postre convertida en «período especial». El Poder Popular era dueño de la recaudación de los cines, mientras el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) se encargaba solamente de la distribución. Forzados a ceder un poder que nunca debió de ostentar, el Poder Popular se vería obligado al cierre de estos cines en tanto el ICAIC, no exento de los ecos de la crisis, tampoco podía asumir los costos de reparación, acondicionamiento y actualización de tecnologías que implicaba sostenerlas salas. De los más de 93 cines que había en funcionamiento hasta 1985, más de la mitad transitaron diversos destinos: ruinas, viviendas colectivas, sedes de centros culturales…
Casi veinte años después, durante los cuales la compañía Teatro Cimarrón nunca ha recibido ─en términos de reparación─ apoyo de índole e institución alguna, los poderes locales, ante la postura inmutable y pasiva de las instituciones culturales a las que corresponde defender los destinos de la compañía, se confabulan para despojarla de su sede con el falso y pueril argumento de convertir el cine Edison en un grupo de viviendas colectivas.
«De todo se cansa un hombre… hasta de la libertad», advierte el personaje de Asere en su disyuntiva. Y es ahí quizás ─en esa prefiguración que de tan áspera llega a doler─, que podríamos hallar la emboscada de una historia que «se centra en las motivaciones que impulsan a un mulato pelotero cubano a abandonar el país» para jugar en las Grandes Ligas. Es también esa misma disyuntiva la que puede estar transitando hoy la compañía Teatro Cimarrón, que ha tenido el decoro y la tenacidad ─no así otros─ de llevar su teatro a lugares de silencio cultural.
Pero hablamos de un teatro labrado a contracorriente que, por encima de todo, como afirma Curbelo, «se propone celebrar sus primeros veinte años con el estreno de Matria, alegoría teatral en ocasión del aniversario 200 del natalicio de Mariana Grajales. […] Será una obra titánica, por los recursos que necesitamos para la concreción de la puesta, por el número de actores negros y mestizos que precisa el elenco, su preparación, etc… Pero confiamos en que podamos contar con el apoyo del Consejo Nacional de Artes Escénicas y de otras instituciones que habitualmente colaboran con el teatro cubano. Desde ya, invitamos a todos los que puedan colaborar con esta idea… Más que la celebración de nuestro veinte aniversario, Mariana Grajales lo merece. Es una deuda que, como creador y como cubano, tengo con ella».
9 Septiembre de 2014