DIA DE LA CULTURA INDÍGENA
El Cacique Hatuey fue quemado vivo el 2 de febrero de 1512, por lo que historiadores, investigadores y muchos amantes de nuestra historia consideran que el 2 de febrero debe ser declarado en Cuba como «Día de la Cultura Indígena».
Con los actores Jesús Julián García y Adael Rosales visité en Baracoa la plaza donde está enclavado el famoso busto de Hatuey, uno de los pocos monumentos que recuerdan a los protagonistas de la resistencia indígena en Cuba.
CACIQUE HATUEY
Por Dr. ANTONIO J. MARTÍNEZ FUENTES
De acuerdo con el colega Felipe de J. Pérez Cruz «Las culturas indoamericanas, fueron severamente diezmadas por la criminalidad que acompañó la conquista y colonización española. Según afirmaciones del padre Bartolomé de las Casas, el costo mortal de la conquista para los habitantes de Cuba, Jamaica, Borinquén y las Antillas Menores fue de 3 millones de vidas, y solo para Quisqueya, consideraba una pérdida similar. Independientemente de errores en una u otra apreciación de cálculo, el balance es brutal: De veinte a treinta millones de muertos en toda la región!». En lugar del «encuentro de culturas y civilizaciones» que se ha intentado sustentar, la conquista y colonización fue, como señala Steven Katzel, el peor desastre civilizatorio y demográfico conocido en la historia de la humanidad. Pero a diferencia de lo que comúnmente se ha repetido, la población aborigen en Cuba no desapareció ni fue completamente exterminada».
Hatuey, un cacique quisqueyano de la región de Guahabá, encabezó una rebelión contra los conquistadores es-pañoles en su comarca. Al comprender lo inútil de su resistencia, se vio obligado a emigrar hacia Cuba en unión de un grupo de sus seguidores. En canoas llegaron a la región de Maisí, en el extremo oriental de Cuba, para asentarse en la desembocadura del río Toa. Hatuey es considerado el primer jefe que luchó por la libertad de Cuba
Cuando en 1510, Diego Velázquez invadió Cuba, encontró la fuerte resistencia de cacique Hatuey. De Maisí y Baracoa a Bayamo, se extendieron los combates. El 2 de febrero 1512, el cacique quisqueyano fue juzgado co-mo sacrílego y rebelde, y quemado vivo, tal como hacía la Iglesia Católica en la época, con los revolucionarios y hombres de ciencia y cultura europeos. Con Hatuey llegó a Cuba el concepto de cimarrón, de insubordinación y resistencia activa frente a los colonialistas. Desde entonces, los invasores nunca disfrutaron de paz.
Los indígenas afrontaron con espíritu rebelde la represión y el asesinato de la conquista y ocupación territorial, que sucedió al asesinato de Hatuey. Matanzas como la realizada en Caonao (probablemente en las inmediaciones de las actuales provincias de Camagüey y Ciego de Ávila), donde fueron acuchillados más de 2 mil hombres, mujeres y niños, con el único y bárbaro propósito de sembrar el terror, y paralizar la resistencia a los invasores, dejaron una memoria que mantuvo la constante hostilidad de los aborígenes. Luego de su fundación en 1515, Puerto Príncipe, la villa más cercana al trágico acontecimiento, fue objeto de sistemática hostilidad, ataca e incendiada.
LA QUEMA DE HATUEY
Hatuey fue capturado y llevado ante Velásquez, quien inquirió por el lugar donde podía estar el oro, pero el ca-cique dijo que nada sabía al respecto. El conquistador amenazó con quemarlo vivo; más el indio, sin inmutarse, dijo que prefería morir por la violencia de las llamas que ser esclavo de los hombres blancos. Fue entonces que Velásquez dio la orden de llevar a Hatuey a la hoguera, sin dilación.
El sacerdote Juan de Tesín, franciscano que acompañaba a los conquistadores, pidió a Velásquez que le permitie-ra tratar de bautizar a Hatuey, para que muriera «cristianamente y en gracia de Dios». Lograda con dificultad la aprobación, en el campamento del jefe de las fuerzas colonizadoras ─instalado en Manacas, entre Manzanillo y la Sierra Maestra─ la tropa se preparaba para consumar el primer sacrificio de un luchador por la libertad de Cu-ba.
Cuatro hombres llevaron al cacique rebelde al poste donde sería quemado. Hasta allí fue Velásquez, a ofrecerle salvar la vida a cambio de revelar el lugar donde se hallaba el oro, obteniendo por respuesta que el metal dorado lo habían desaparecido y nunca conocerían los españoles su destino final. El conquistador, iracundo, ordenó de inmediato ejecutar la sentencia.
El condenado a muerte se mantenía sereno, mientras lo ataban al poste y se apilaba leña a su alrededor. El padre Tesín se le acercó y le pidió que muriera en gracia de Dios, a lo que Hatuey inquirió: «¿Para qué?» El sacerdote respondió que de ese modo iría al cielo, donde van los buenos cristianos. Y el cacique, con el fuego próximo a sus carnes, le aclaró al religioso que no quería ir a un cielo «donde están los cristianos que matan y hacen esclavos a los indios». Concluido el breve diálogo, las llamas consumieron el cuerpo de aquel bravo defensor de la libertad. Su suplicio, el 2 de febrero de 1512, fue una advertencia a los aborígenes para dominarlos bajo el imperio del temor y la fuerza.
Otros caciques siguieron luego el ejemplo de Hatuey en el enfrentamiento a los conquistadores, entre ellos Guamá, Casiguaya ─esposa de Guamá─, Caguas, Habaguanex y algunos más.
Según los historiadores el suceso tuvo lugar en el poblado granmense de Yara, con él Diego Velázquez pretendía hacer desaparecer la resistencia indígena. Pero lo cierto es que el episodio pasó a la historia como un ejemplo más del despotismo y la tragedia que acompañó la vida de los primeros habitantes de Las Américas, tras la llegada de los colonizadores.
Hatuey, fue quemado vivo, pero su ímpetu de rebeldía todavía hoy anima a los pueblos que viven bajo la tutela y el dramatismo impuestos por el imperio y que necesitan juntarse y luchar por vencer las necias aspiraciones de unos pocos de adueñarse de los que no les pertenece.
Por eso hoy, desde siglos bien distantes, al indio Hatuey le agradecemos su existencia.