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Blog de albertocurbelo
01 de Mayo, 2019 · Acotaciones

UN ESCRITOR EN EL OLIMPO DE LOS SOLARES HABANEROS

Un escritor en el Olimpo de los solares habaneros

 

«Cuando se elige bien el camino se llega bien a la meta» / Refrán  afrocubano

 

Por ALBERTO CURBELO

 

Había una vez un niño que le preguntaba a su madre cuántos libros tenía que leer para ser escritor. Pero, consciente de la pobreza de la familia del alférez mambí Ramón Quintana ─con la que residía en un solar del Cerro─, quiso también estudiar química para inventar un cemento con el que pudiera fabricar casas para los suyos y vecinos.

Allí, en el Cerro, en los terrenos no ocupados por las casas, jugaba béisbol, empinaba papalotes y podía asistir a muchas fiestas y ceremonias afrocubanas y de otras congregaciones educativas y religiosas.

Ya adolescente, sus intenciones de reescribir la Biblia, mudando sus personajes y fantásticas historias en los orichas y patakines de la religión yoruba, fue objeto de burlas de sus compañeros que, en una barbería, lo llamaron «Vargas Vila, el negro».

En otra ocasión, al asistir a una función de teatro bufo, se sintió muy molesto por la forma ridícula y chocarrera con que presentaban al personaje negro. Y comenzó a escribir teatro; pero no un teatro como el que había visto; sino obras en la que el negro vivía lo suyo y lo decía con sus palabras, con sus emociones y poesía.

Mientras trabajaba de talabartero y estudiaba Química en Artes y Oficios, sus inquietudes sociales lo llevaron a militar en la Juventud Socialista Popular. Cada noche, repartía publicaciones de la organización juvenil y, arriesgando su vida, escribía en paredes y muros: «¡Abajo la tiranía!».

El asalto al Palacio Presidencial que protagonizaron José Antonio Echevarría y otros estudiantes universitarios, en 1957, lo motivó a escribir El Pequeño Herodes, una obra en que la figura del presidente Fulgencio Batista se troca en Herodes.

No llegó a descubrir el milagroso «cemento» con que pretendía cambiarles la vida a su familia y vecinos; pero logró encaminar su proyección como escritor en el Seminario de Dramaturgia del Teatro Nacional de Cuba, que dirigía, entonces, la filósofa Isabel Monal. Bajo la égida Alejo Carpentier, Mirta Aguirre, Virgilio Piñera, Roberto Fernández Retamar, Luisa Josefina Hernández, José Antonio Escarpanter, Manuel Moreno Fraginals, Rogelio Martínez Furé y Adolfo de Luís, entre otros prestigiosos profesores, escribe Algo rojo en el río, una obra que escenificó con las Brigadas de Extensión Teatral. Crea también El Sacrificio, que le valiera el Primer Premio del Concurso de Instructores de Arte, y en la que plasma sus preocupaciones en cuanto al tratamiento del negro en la literatura cubana. Precisamente, con El Sacrificio, nace el paradigmático personaje de María Antonia.

En 1964 concluye María Antonia. Una tragedia con la que Eugenio Hernández Espinosa logra, sin antecedentes en la dramaturgia hispanoamericana, forjarse a sí mismo y dar continuidad al poema dramático Abdala, de José Martí.

El pueblo, viéndose representado, abarrotó el Teatro Mella, donde se produjo el estreno de la portentosa puesta de Roberto Blanco. Tal fue su impacto, que los choferes anunciaban: «¡La próxima parada es la de María Antonia!».

Nuestra gran tragedia fue llevada al cine por Sergio Giral en 1990. A la mítica María Antonia le siguieron, entre otros dramas y patakines, Aponte, Manzano, Calixta Comité, Mi socio Manolo (filmada por Julio García Espinosa como La inútil muerte de mi socio Manolo), La Simona (Premio Casa de las Américas 1977), Emelina Cundiamor, Tíbor Galarraga, Quiquiribú Mandinga, Delirium Tremens, Gladiola la Emperatriz, La Balsa, la pieza para niños Tomasita baila el son y los patakines Odebí el Cazador, Ochún y las Cotorras, Changó Valdés (llevada al cine en por Manuel Octavio Gómez bajo el título de Patakín, primera película musical cubana), y El Elegido.

En sus obras, Eugenio Hernández Espinosa representa no sólo la historia y los aportes del negro a la nacionalidad y sociedad cubanas; sino que, desde una escritura del más alto nivel literario, el negro vive sus heredades y lo dice en su lengua y modos de pensar y de actuar.

«La estrategia emancipadora de Eugenio Hernández Espinosa ─afirmó la doctora Graziella Pogolotti─ opera desde la cultura y la creación artística. El mundo sumergido emerge a partir de la apropiación transgresora de los recursos expresivos prestigiados por la herencia occidental dominante. Género noble por excelencia, la tragedia se modula con una temporalidad historicista. Los dioses bajan a la tierra y la «muerte anunciada» se inscribe en un contexto social preciso. Fiel a una tradición instaurada por la vanguardia cubana, por Guillén a través de la norma clásica del son entero, por Caturla y Roldán en el modelo sinfónico, Hernández Espinosa rompe los límites que separan lo culto de lo popular. Su mirada viene de abajo».

La filosofía de la calle y los dicharachos del solar, las nanas y canciones populares, se amalgama en un discurso que, a veces, desdeña la lógica y la gramática, pero de una efectividad teatral rara vez alcanzada en la dramaturgia nacional. Sus diálogos se enriquecen, también, con refranes, aforismos, trabalenguas, acertijos y hasta con rezos yoruba presentes en la religiosidad cotidiana del cubano de a pie.

Eugenio respira el aire del pueblo. Se ancla en sus mitos. Vive ─y nos devuelve desde la escena─ el drama de los solares más allá de lo aparente. Revisita sus ritos, sus acentos y giros idiomáticos. Tal es la significación de su obra literaria que, al estimar otras cumbres artísticas en la cultura cubana, la investigadora Inés María Martiatu concluyó:

«La obra de Eugenio Hernández Espinosa se inscribe, como la de Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Alejandro García Caturla, Amadeo Roldán, Wifredo Lam, dentro de la vertiente más pura del arte popular cubano en su nivel más alto».

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publicado por albertocurbelo a las 04:08 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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