Un proyecto para el alma
Por Ricardo Ronquillo Bello y Norma Rodríguez
Como una cierta historia cervantina de la España medieval, en la que los actores iban de una aldea a otra construyendo un retablo de maravillas, vuelven los teatristas guantanameros a emprender el camino de las montañas de esta provincia.
Desde 1991 salen cada 28 de enero en el mejor de los homenajes a José Martí, y durante más de un mes recorren casi un centenar de comunidades diseminadas en alrededor de 300 kilómetros, en muchos casos consideradas zonas de silencio, no sólo por su difícil acceso y la inexistencia de las señales de radio y televisión, sino por la ausencia de una vida cultural que enriquezca sus tradiciones, su vida y su espiritualidad.
El Consejo de las Artes Escénicas en Guantánamo considera a la Cruzada Teatral como su evento más importante, algo que trasciende al mundo de los buroes para instalarse en la emoción de los artistas, que durante todo un año trabajan especialmente para ese momento.
Anualmente se monta un clásico del teatro universal o cubano, en el cual se unen los actores de los cuatro proyectos del género existentes en el territorio, y que este año recayó en el entremés El retablo de las maravillas, de Miguel de Cervantes, adaptado y dirigido por la actriz local Virginia López.
También hay obras del repertorio activo de todas las agrupaciones, destacándose el trabajo para niños, en el cual los grupos provinciales Guiñol y Polimita llevan el peso fundamental, no sólo con puestas en escena, sino con varios talleres participativos de formación teatral y vocacional.
La Cruzada incluye este año al grupo de Ciudad de La Habana Teatro Cimarrón, y Titirivida, de Pinar del Río.
De las lomas los artistas bajan con sus mochilas más pesadas, cargadas de cuentos, leyendas y experiencias. Acaso la obra del próximo llevará algo de la historia popular, según la cual es espíritu del rebelde cacique Hatuey ilumina las noches de la Ciudad Primada, lanzando desde el Yara local, estrellas hacia el cielo.
Difícil de borrar, para los que comparten la experiencia de la cruzada, las caminatas hasta lugares recónditos, paisajes desbordantes de belleza, el sueño y la vida moldeados a más de un mes en condiciones de campaña, que alimentan y dan vigor al espíritu, la sencillez, el desinterés y la entrega.
Uri Rodríguez, un joven pero viejo cruzado, como suele llamárseles por esta región a sus más activos partícipes, resume todo el valor de este empeño artístico con una frase que no deja lugar a la duda: «La Cruzada es un proyecto que ofrece la oportunidad para el crecimiento constante del alma humana».
A su manera, una vieja campesina expresa ese sentimiento, cuando en una de las despedidas gritaba a este actor algo que nunca olvida: «Flaco, flacooooo, regresa pronto y trae nuevamente ele mantel, y los títeres, y vengan por más días…».
Periódico Juventud Rebelde, 1 de febrero de 1998
