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Blog de albertocurbelo
07 de Febrero, 2019 · Críticas

Grupo teatral comunitario de artistas profesionales


 

Siete años Cimarrón

 

Por Pedro Pérez Rivero

Entre las singularidades que muestra el quehacer teatral capitalino de hoy, una ha llamado la atención, más allá de lo que pudiera constituir el mero rótulo. Me refiero a la categoría de teatro comunitario. Vista así, en la simple unión de nombre y adjetivo, puede resultar ramplón o cuando menos inexacto el cartelito; surgen entonces algunas interrogantes: ¿Acaso todas las propuestas escénicas no atañen a la comunidad, e incluso todas las instituciones culturales no ofrecen un servicio comunitario? ¿O querrá decir eso de comunitario que se trata de agrupaciones surgidas en la comunidad, aficionados al teatro cuyos límites de acción se concretan en determinado espacio territorial?

Un grupo que ostenta, y a mucha honra, el rango de teatro comunitaria me reveló la proyección y el alcance de su nominación. Más que evaluar la trayectoria de ese grupo, me anima ahora la reflexión en torno a cómo se asume la condición comunitaria y los esfuerzos, estrategias e incidencia social que ello implica hasta merecer una estimación que hace de la singularidad un hecho palpable, hermoso en la dualidad de logros e insatisfacciones, pródigo en esperanzas para su destinatario. Ese grupo se llama Teatro Cimarrón, tiene como sede el edificio del viejo cine Edison, en el Cerro. Cuenta con un pequeño equipo artístico-técnico de la escena profesional y muy pronto arribará al séptimo aniversario de su creación.

Debe constar ante todo que si algo sé y puedo volcar aquí, lo debo a las propias acciones del grupo, a su arduo bregar por calles y plazas de un municipio con rasgos identitarios tan fuertes que contrarrestan el lamentable estado físico en que se encuentra. Desde hace tiempo sigo los pasos de Cimarrón en escuelas y hospitales, acogedores recintos o locales en ruinas, siempre entusiasmado por lo que depara el encuentro de los artistas con su público, a veces fascinado al constatar cuánto significa el grupo para esta gente. Luego, con ganas de corroborar lo aprendido, me senté a conversar con el dramaturgo y poeta Alberto Curbelo, director ─y fundador─ de Teatro Cimarrón.

Aunque le evite un tanto a Curbelo la  molestia de hablar de sí mismo, comprenderá el lector que trato de convertir lo que iba a ser una fría entrevista en un diálogo al que tengo derecho a disfrutar como copartícipe, exigente, por cierto, en cuanto a que el fundador y sus compinches consigan probarme que existe un grupo teatral comunitario de artistas profesionales.

Comienzo por mi fuere: la investigación de proyectos socioculturales, y Curbelo puede delimitarme, en teoría y práctica, cómo este ha transitado por tres etapas. Primera: diagnóstico, trazado de objetivos, hasta la fundación de un grupo basado en una coherencia estética garante de la satisfacción de necesidades de la comunidad. Segunda: consolidación interna y en las relaciones con el público y otras instituciones del territorio, amparada por una contundente premisa: el trabajo del actor, su expansión para alzar desde sí la escena. Tercera: (en la cual todavía se encuentra enfrascado) enriquecimiento de resultados artísticos e incidencia social, medidos por una permanente (e implacable) secuencia evaluativa.

El repertorio del grupo habla de sobra acerca de esta articulación progresiva. Autores cubanos, teatrales y literarios (poetas, narradores) se dan la mano en mayoría. Entonces logro entender cómo se produjo el  milagro de multiplicar poemas y cuentos de Dora Alonso en sencillas puestas, oralidad escénica y hasta en lecturas de diligentes bibliotecarios.

Son muy escasos los fondos de la biblioteca municipal, comenta Curbelo, y nosotros respondemos a la necesidad de difundir los más altos valores de la literatura nacional. De paso me explica la intervención del grupo, devenida tradición, en montajes de Abdala para actos de fin de curso en la escuela primaria José de la Luz y Caballero.

A la cubanía se suma lo universal insigne que, por sus propias características, alcance un nivel de comunicación en el radio de acción habitual: los barrios del Cerro. Shakespeare, Boccacio, Lorca, Machado, Darío Fo figuran como bienvenidos entre muchos que a veces confiesan no haber concurrido antes a una puesta teatral, e incluso se hacen fuertes en tareas de prevención y reeducación de niños y adolescentes.

Me interesó conocer si tributan, y cómo, a la proyección del grupo las amplias experiencias de Latinoamérica en teatro de calle y espacios abiertos. En elementos espectaculares (zancos, máscaras, personajes populares) y en cierto sentido de las estructuras dramatúrgicas, nos tributan, sobre todo las colombianas y peruanas ─responde Curbelo─ pero en cuanto a concepto teatral no. el teatro cubano para comunidades rurales, especialmente el Grupo Teatro Escambray, está más presente en Cimarrón, tomando como referente al espectador, por incorporar a las puestas necesidades y expresiones de ese espectador.

Me gustaría compartir con el lector ejemplos de ese referente, en aras de brindar criterio en otro terreno teórico polémico: la participación. Teatro Cimarrón no solo es participativo en tanto la comunicación activa que establece con el público, sino además en la coautoría de ese público mediante la intervención en las puestas de emblemáticas tradiciones del Cerro como las comparsas El Alacrán y Los marqueses de Atarés. También la extensa presencia en el municipio de elementos culturales provenientes de África hace otro tanto. Al respecto Curbelo recalca un persistente empeño de cimarrón para salvarse del riesgo de caer en notas folkloristas epidérmicas.

Dos giras a provincias han potenciado el interés que entraña una propuesta participativa desde la médula de la cultura popular. Primero Ciego de Ávila y más recientemente la Sierra Maestra, como grupo invitado de las Guerrillas Teatrales granmenses, ponen de manifiesto el alcance de estos presupuestos en zonas totalmente ajenas al entorno urbano para el que fueran concebidos. «Nuestro niños campesinos son cubanos y nosotros ofrecemos una cubanía genuina que permite eliminar barreras entre campo y ciudad ─advierte Curbelo─, aunque debe estar claro que nuestro destinatario es decididamente la población del Cerro, en sus distintos segmentos etarios: niños, jóvenes, adultos, adultos mayores; para todos ellos creamos».

Ante el sentido de pertenencia de un camagüeyano que por adopción ha conquistado la lleve que, dicen, tiene el Cerro, se me ocurre pedir tres autoevaluaciones a Alberto Curbelo:

Dramaturgo: «Este proyecto materializa mis ideas como dramaturgo, me obliga constantemente a revisar y estructurar textos que van a escena, aunque a la vez me limita en cuanto a tiempo de creación, y las propias etapas por las que transita me impiden en ocasiones llevar a las tablas obras que como autor preferiría a otras que sí monto».

Director: «La compañía me permite experimentar, investigar el teatro de calle y en espacios abiertos; otros enclaves escénicos convencionales no me facilitarían estos estudios. Además me deparan el gusto de formar directores; trato siempre de que mis actores se sientan codirectores y satisfagan así sus necesidades creativas»

Promotor de la cultura popular tradicional: «No intento revivir ritos, sino teatralizar sus ricos elementos, y contribuir a que sean preservados como patrimonio de todos».

Quedaría bastante por comentar, dentro de un cuadro de honor que no me preocupa trazar, puesto que su nutrida prosapia dista bastante de las cifras triunfalistas. Afirmo pues que Teatro Cimarrón, por cuatro años consecutivos Vanguardia Nacional, ha merecido distinciones como la Gitana Tropical, premios Caricato, y reconocimientos relevantes en fórums científicos y de innovadores, porque hasta se encarga d=con [éxito de elaborar muñecos y otros elementos escénicos deficitarios.

Pero al mismo tiempo reclamo de Cimarrón nuevos retos ─galardones futuros─ en la meta de evaluar impactos en el espacio social para el que fue creado, medir esa favorable incidencia que en barrios del Cerro ha sabido prodigar. Por supuesto, no tengo que brindarme de colaborador para la tarea, porque, ya se sabe, soy un músculo más de este caluroso abrazo cultural a nuestro pueblo.

  

Revista Tablas, mayo-agosto 2002     

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