Revista Tablas
El último festival del siglo. El primer festival del milenio
Por Norge Espinosa
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En los espacios para niños se agradeció el regreso de montajes tan felices como La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, del Teatro de Las Estaciones, que también presentó El Guiñol de los Matamoros y su Pelusín, diseñados por la luminosa mano de Zenén Calero. Feo, el reciente estreno de Papalote, bajo la dirección de René Fernández, marca el inicio de una nueva época en la trayectoria de este colectivo, al que ahora un grupo de jóvenes actores insufla alientos de verdadera frescura. Esta versión de El patito feo, necesitada apenas de un leve ajuste dramatúrgico en su final, es una pieza hermosa y emotiva, hecha para celebrar, De Santiago de Cuba se presentó La muñeca de trapo, con diseños de Enrique Gulasch, quien, en manos de sus intérpretes ─entre ellos los jóvenes Lilian Cala y José Manuel Labrada, ya premiados─ justificó los aplausos que este montaje de José Saavedra ha obtenido en distintas plazas. El porrón maravilloso, del Guiñol de Santa Clara, recalcó la excelente manipulación de sus intérpretes, si bien padeció la presentación en espacios poco idóneos, algo que por distintas causas también sufrió el Guiñol de Camagüey. Un montaje que no pude ver hasta ahora fue El espantajo y los pájaros, de Teatro Cimarrón, en el que su director Alberto Curbelo obtiene un resultado pleno de atractivos a partir de una ajustada versión del texto de Dora Alonso, y realzado por el carisma de sus actores, a quienes agradezco una de las puestas más entretenidas de cuantas disfruté en estos días, aunque sugiero no desatender aspectos de la manipulación. Esos montajes y otros (Nace una estrella, de Margarita Díaz; Redoblante, tío conejos y los leones, del maestro Armando Morales) confirmaron la calidad de nuestro teatro para niños, que conquistó altos elogios entre los especialistas extranjeros que nos visitaron.
No. 3-4/1999