El Sótano asciende hasta los niños
Por Amado del Pino
He comentado en otras ocasiones que la capitalina sala el Sótano es uno de nuestros más activos espacios teatrales. Ahora la dinámica programación comienza a incluir funciones para niños y adolescentes los domingos en la mañana. La decisiva variante de nuestra vida escénica ha alcanzado varios momentos de plenitud en los noventa, aunque no siempre disfruta de la promoción que merece. Esta columna no se ha salvado de ese desbalance. Nos olvidamos a veces de que con el teatro para niños se dialoga con el público de hoy y, a la vez, se forma el espectador del mañana.
Resulta coherente que sea el grupo Cimarrón quien abra la fiesta dominical en El Sótano, de 27 y K. también es significativo que el dramaturgo y director Alberto Curbelo haya escogido un título de Dora Alonso, una precursora esencial en el reino de la dramaturgia para los más pequeños.
Los caprichos de Bombón o Cosas de payasos es el título que Curbelo da a su puesta en escena. El espacio de la acción evoca un circo de escasos recursos, pero la selección de los objetos no resulta precisa y la escenografía se empobrece a mitad de camino entre la reproducción realista del entorno y la solución simbólica.
La dinámica del espectáculo hace recordar a Patakín de una muñeca negra, un montaje exitoso de este creador. En ambos casos se logra que la fluidez de lo gestual evite el peligro de la retórica y que los niños se comuniquen con las palabras y las ideas, sin perder el ritmo de juego yu travesura. Mucho aporta, en ese sentido, una sabia utilización de la música.
Se aprecia entrenamiento en el elenco de Teatro Cimarrón. Falta, sin embargo, una búsqueda de los variados resortes de la difícil técnica del payaso. Hay caídas y piruetas que forman parte del lugar común de la payasada y que enturbian la magia y la poesía que este personaje, tan clásico y popular, puede traeré consigo. El apego a la imagen tradicional y nás banal del payaso afecta el trabajo interpretativo de Miguel Fonseca.
Su simpático Cascabel se apodera del interés del público en los primeros minutos de la representación. No sucede lo mismo a partir de la mitad de la puesta, pues el intérprete acusa de una constante y tensa sonrisa. Casi lo contrario puede decirse de Aldo Cabrera, que en el bien situado personaje de Trompo, equilibra el humor que tanto tiene que ver con la sobriedad de su interpretación. Por su parte, Julio Marín derrocha carisma en su tierno león. Silvia Tellería contribuye a espantar el fantasma del tedio con su ligereza, a pesar de que acusa cierto artificio en la proyección.
Los caprichos de Bombón se incluye entre esas puestas en escena que, aunque alejadas del acabado perfecto, portan una vitalidad y un auténtico sentido de la comunicación que hacen difícil regatearle el aplauso.
Granma, 17 de febrero del 2000.